miércoles, 19 de junio de 2013

LAS AVES ESTINFÁLIDAS. SEXTO TRABAJO DE HÉRCULES

Tras esforzarse en la ingrata tarea de limpiar los establos de Augías, Hércules tenía que demostrar, de nuevo al mundo, su fuerza ante un rival que lo pusiera a prueba. Necesitaba sentirse reconocido por su fortaleza y bravura y pisotear una vez más los torcidos designios de Euristeo. Cuando caía la noche, se embozaba en la piel del león de Nemea, que él mismo había abatido, y sus ásperas manos acariciaban la digna piel de aquel monstruo derrotado.


Tal vez impelido por la urgencia, el rey tebano ordenó a nuestro héroe acabar con una plaga que asediaba los campos colindantes. No se trataba de las voraces langostas, que periódicamente arrasaban las cosechas, ni de cualquier otro tipo de insecto o reptil que se arrastrara por la faz de la tierra. Los cielos de las inmediaciones del pantano de Estínfalo se oscurecían por la ominosa presencia de unas enormes bandadas de aves, enormes como grullas y alas, garras y afilados picos de bronce, capaces de horadar como la punta de una lanza, la carne de sus víctimas.

No era de extrañar que estas aves deleznables sembraran el terror en los campos, ya que no sólo se ensañaban con el ganado, sino que atacaban a las personas, abatiéndolas sin piedad y devorándolas sin dejar un solo resto a los mismísimos buitres, que huían despavoridos. Su pestilente excremento era, además, tan tóxico que dejaba los campos yermos, sin posibilidad de que nada volviera a brotar en aquellas tierras desoladas.

Hércules se dirigió al encuentro de las aves, adentrándose en un terreno cada vez más blando y pantanoso, en el que se movía con dificultad. Era aquel un barrizal en cuyo centro anidaban los pájaros de bronce y no tardó mucho el esforzado guerrero en tener que detener sus pasos, ante la imposibilidad de avanzar sin correr el peligro de quedar atrapado por aquel cieno pestilente. De repente, como si arrancaran los primeros compases de una sinfonía infernal, se oyó un murmullo a lo lejos, como un temblor de hojas agitadas por el viento que se convirtió, al mismo tiempo que el cielo se oscurecía, en una algarabía ensordecedora de graznidos y batir de alas.

Hércules tensó el arco, pero entendió que de nada valdría disparar contra aquella miríada de aves, que se agitaba como una nube centelleante. Hércules se sintió impotente. El enemigo era tan numeroso que no hubiera hecho más que desperdiciar las valiosas flechas untadas en la sangre de la hidra. No era aquella una tarea que pudiera acometer con la fuerza de sus brazos o el poder de sus armas.


Por suerte, el héroe tenía el favor de alguno de los dioses del Olimpo, contrariados por el ensañamiento que Hera mantenía con el hijo de Zeus. Quiso la poderosa Atenea asistirle en aquel trance y le proporcionó un enorme cimbel de bronce, animándole a subir a lo alto de una cercana colina, donde el héroe hizo sonar el instrumento con tal fuerza, que pareció que el cielo se desmoronaba sobre las aves. Hércules lanzó una estruendosa carcajada al comprobar que la bandada de aves se desgarraba como una tela agitada por manos invisibles, como si el mismísimo Eolo quisiera expulsarlas de su reino agitando los vientos. Las infectas criaturas huían despavoridas por aquel ruido inesperado, como palomas ante la presencia de un halcón, pues su naturaleza era asustadiza. Se alejaron del lugar emitiendo terribles graznidos, al compás de sus alas descontroladas, llevando el terror a otros lugares. No sería la última vez que se sabría de ellas, pues algunas se refugiaron en la isla de Ares, en el Mar Negro, donde más tarde las encontrarían los argonautas.   

Por Roberodoro

3 comentarios:

  1. Espero que te guste y que sigas con la cadena, Te he dado un premio en mi blog. Un besito y Enhorabuena

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  2. He encontrado este blog, el del bachiller, y me ha agradado lo escrito: 5° y 6° trabajos de Hércules.

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