domingo, 22 de septiembre de 2013

EL TORO DE CRETA. EL SÉPTIMO TRABAJO DE HÉRCULES

No eran pocas las hazañas que Hércules había arrojado como un botín de guerra a los pies del soberbio Euristeo y ya dudaba éste que hubiera tarea alguna ante la que el esforzado hijo de Zeus pudiera sucumbir. Embebido en el odio, pasaba las noches en vela, planeando cuál podría ser el próximo trabajo con el que fustigar al héroe.


Obtuvo la esperada respuesta del cielo nocturno. Los cuernos de la luna, suspendidos sobre el palacio como un ornamento prendido sobre la oscuridad,
le recordaron la existencia del temible toro de Creta. Se decía de esta criatura, ya entonces legendaria, que había sido salvada del sacrificio por Minos. Éste le había prometido a Poseidón  el sacrificio de la primera criatura que se acercara a las orillas de las playas de Creta. Apiadado de la magna belleza del animal, que fue el primero en acercarse, tras la promesa realizada, a las aguas, Minos ofreció al dios de los mares en su lugar un toro viejo y enfermizo. Descubrió pronto el tridentino dios el engaño del taimado rey de Creta y castigó a Minos dotando al toro de un poder extraordinario y enfureciéndolo hasta el punto de que las tierras cretenses se vieron asoladas por el enloquecido arado de las pezuñas del toro y por el fuego que desprendía su resuello. De este toro nació el temible minotauro, que Minos recluyó en su famoso laberinto.
(LA CASA DE ASTERIÓN DE BORJES)
Había quien afirmaba que se trataba del mismo toro con el que Zeus había utilizado para raptar a Europa. Fuere como fuere, domar a un toro era tarea digna de un rey desde tiempos inmemoriales, en los que los hombres tenían que doblegar a la naturaleza con la fuerza de sus brazos. Eran los cuernos del toro símbolo de fertilidad y abundancia, hermanos por su forma curvada a la curva de la luna y el terrible mugido del animal al retronar de las tormentas que regía Zeus, rey de dioses en el Olimpo.

Cuando Minos supo de la llegada de Hércules a Creta y conoció su intención de domar al toro, quiso poner a su disposición cuantos refuerzos necesitara. Pero Hércules, temeroso de que Euristeo desestimara el trabajo acometido si lo llevaba a cabo con ayuda de terceros, rechazó el ofrecimiento del monarca y se dirigió al encuentro del toro sin compañía alguna. Hombre y bestia se enfrentarían para dirimir cuál de los dos inclinaría la regia testuz por el poder del otro.

Encontró al animal cerca del mar, como si quisiera afrontar de nuevo el sacrificio que había eludido hacía años. Ambos cruzaron la mirada, reconociendo en silencio la espléndida naturaleza del rival y sin dudar un instante se embistieron como dos titanes que lucharan por su primacía. Fue larga la lucha y no sin esfuerzo, Hércules logró que el toro hincara las rodillas sobre la arena. Con esfuerzo y tesón, logró domarlo entre sus fuertes brazos, como si al retenerlo absorbiera lentamente la furia del espléndido animal, que se fue calmando a medida que asumía la derrota.


Semanas más tarde, sentado a las puertas de su palacio, Euristeo sintió cómo su corazón se encogía al oír los vítores de los habitantes de Micenas. Dirigiéndose hacia él con paso majestuoso, Hércules apareció entre la muchedumbre montado sobre los lomos del toro, coronado entre los hombres por su fuerza sobrehumana, como un rey que regresara victorioso de los tiempos en los que la tierra se ganaba por la fuerza de la sangre.  

Escrito por mi amigo "Roberodoro"
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